Nuestra colaboradora Romina comparte sus reflexiones sobre las emociones que afloran en nosotros en momentos cotidianos y que pueden arruinarnos nuestra percepción de la realidad cuando vivimos en el extranjero.
Hace unos días tomé el bus. Conseguí mi asiento favorito al frente en el primer piso y la vista de la ciudad era hermosa. La mayoría de las veces no escucho música porque elijo conectar con los sonidos del entorno y casi por deformación profesional, quedé absorbida por los diálogos que suceden a mi alrededor. Esta vez, detrás de mí.
Un hombre se quejó de su trabajo durante treinta minutos sin parar. Su compañero ensayaba un ‘ya lo vamos a solucionar' y ‘no te preocupes' de vez en cuando, pero él insistía con las muchas razones que refutaban la propuesta que le hacía su paciente interlocutor. No sucedía un diálogo genuino en esa dupla. En algún punto el ‘quejador', hablaba solo. ¿Qué tan catártico nos resulta quejarnos constantemente?
Cuando estamos estresados, es normal descargarnos y sacarnos el enojo de encima, pero la neurociencia sugiere que hacerlo a menudo nos genera más problemas que resolverlos y que es una actividad que debe ser reducida al mínimo.
La queja expresiva es aquella en la que se espera una respuesta del interlocutor y no es funcional. Debemos evitar practicarla, pero como todo en la vida, los resultados dependerán de la frecuencia con la que lo logremos:
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Quejarnos con razón esporádicamente colabora con la empatía de los demás y genera vínculo.
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Quejarnos con más frecuencia sin tener en cuenta las reacciones y sentimientos de los demás puede ofuscarnos y aislarnos.
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Quejarnos habitualmente nos autorrefuerza la conducta y nos hace quejarnos aún más, generando distancia sostenida con nuestra red de contención.
No hay duda que desahogarnos es necesario, pero tendemos a experimentar naturalmente el humor que cultivamos con frecuencia porque el cerebro mejora en el procesamiento de esas emociones y las genera -inclusive- sin razón. Cuidado con la negatividad, se aprende rápido.
Mientras tanto en el bus, al cabo de media hora el oyente interrumpió el discurso de su acompañante y se disculpó por no poder continuar la ruta junto a él. Repentinamente recordó que debía comprar algo, y se bajó. Pude identificarme con su sensación de asfixia. Yo me hubiese bajado del itinerario que compartimos bastante antes.
Nos encontramos en un momento delicado a nivel mundial que nos genera intolerancia y angustia. Es probable que esos sentimientos se desplacen hacia situaciones propias más cotidianas y particulares, en un intento -fallido, claro- de controlar lo que sucede a nuestro alrededor. Inconscientemente buscamos saldar la caída libre emocional que nos produce la incertidumbre de la situación social, pero tratemos de mantenernos positivos y reduzcamos la periodicidad de la protesta. Es un beneficioso antídoto para proteger nuestro bienestar emocional.
Romina Ciccarelli