Lo primero que resulta más estúpidamente fácil es acordarse de la fecha en la que decidimos empezar a hacer yoga por las mañanas o dejar de beber alcohol o controlar un poco mejor nuestro mal temperamento. Quieras que no, contar los días que llevamos siendo mejores anima a reafirmar nuestra nueva rutina. Así somos, a algo hay que agarrarse. Siempre resultará más fácil acordarse de aquel 1 de enero en el que empezamos a ser mejores personas.
También parece que la sugestión colectiva del “este año voy a” nos ayuda a validar una nueva orientación en nuestro rumbo vital. Todos quieren saber cuáles han sido tus deseos y resoluciones y todos te apoyan en la nueva senda de perfección y virtud. No dejemos escapar ese empujoncito extra. Sentirnos arropados, acompañados o incluso monitorizados, no está de más, oye por qué no pedirle a un buen amigo que nos pregunte al final del día ¿has ido al gimnasio? Incluso un quid pro quo: yo te controlo con los dulces y tú me vigilas con el tabaco.
Todos hemos escuchado (si no muchas veces dicho) eso de no bebo nunca más. Bien, aprovechemos el fiestón de fin de año para agarrar la cogorza del siglo y con la fuerza de la gran resaca del día uno y la bolsa de hielo en la cabeza decirse, esta es la última. En el peor de los casos será una de tantas veces que te escucharás prometer en balde.
Bueno, ahora sin sarcasmos, es verdad que las celebraciones y rituales sirven para marcar de alguna manera un punto de inflexión. El poder que tienen para perdurar en nuestra memoria gracias a su impacto emocional nos ayudan a renovar nuestra fe en eso por lo que apostamos. Las celebraciones de fin de año son muy dadas para este tipo de prácticas, pasar página, o mejor aún cambiar de libro.
¿Eres de los que ha aprovechado este insignificante cambio en las manecillas del reloj para convencerte de que ha llegado el momento de darlo todo? ¿Qué te has propuesto para 2023? Yo, la verdad tengo una lista, escrita con muy buena letra que ya me está empezando a dar mucha pereza mirar.
